sábado, 29 de septiembre de 2012




Tras el éxito del «La, la, la», Alberto Mallofre escribía esto en la prensa de la época, allá por el 68:


RESPETO AL PROFESIONAL

Todo lo que se ha dicho de «La, la, la» y lo que ha ocurrido con esta canción desde que se dio a conocer al público español como la obra elegida por T.V.E. para el Festival de la Eurovisión, ha puesto en evidencia una peculiaridad típica del carácter hispánico sobre la que tal vez, no se ha reparado todavía lo bastante, y es la tendencia a disminuir el respeto debido a los profesionales especializados.

En efecto, a menudo es un arquitecto que ve su iniciativa coartada por las imposiciones del propietario de las obras, o es el experto en publicidad que después de todos sus estudios ha de doblegarse ante la exigencia disparatada del cliente que le ha contratado, o es el médico que ha de escuchar a su paciente pedirle exactamente el medicamento que le hace falta..; Todo el mundo pretende saber de cualquier disciplina más que el profesional que vive de ello, y mucho más cuando el que opina puede expresarse con la autoridad que le da la fuerza del dinero con la que va a pagar los servicios del profesional en cuestión.

Pero si este mal endémico viene soportándose con resignación forzosa en tantos órdenes de la actividad nacional, en cuanto se trata de canción popular se llegan a unos extremos de exacerbación increíble. A los autores y a los intérpretes de «La, la, la» (y digo «intérpretes» porque ha habido más de uno en la fase previa, como es notorio) se les ha estado acosando desde todos los frentes, tratando de enseñarles los defectos que tenía esta canción, lo improbable de su éxito, lo que deberían hacer y lo que habrían a toda costa de evitar. A uno se le dice cómo tiene que ser la letra, al otro se le dice cómo tiene que escribir la música, y al de más allá cómo debe cantar y cómo no debe. Y todo esto sin ninguna autoridad, sin ningún conocimiento de la materia, con el desenfado más increíble, y utilizando argumentos ajenos a la cuestión, como si no se tuviera exacta conciencia de estar razonando gratuitamente ante unos profesionales que conocen su oficio.

Al final, tras sustos y controversias, la canción siguió adelante con un intérprete cazado prácticamente a lazo y se consiguió el triunfo. Y con este triunfo europeo, la metedura colectiva de «peus a la gallega» de los que habían vaticinado el ridículo más espantoso, ha tenido proporciones de patinazo grotesco, hasta el punto que el único ridículo es aquel con el que tales personajes se han cubierto, ellos mismos.

Y lo curioso es que no dejaban de tener razón. En rigor, y en términos absolutos, la letra de «La, La, La» es de construcción ramplona, pese a la pretendida ambición de su tema, y la música es simple, superficial, efervescente, vacua e insípida. De acuerdo, por supuesto. Pero es que Ramón Arcusa y Manuel de la Calva no apuntaban al Premio Nobel de literatura, ni la canción estaba dirigida a un Jurado de Conservatorio. Ellos habían hecho una canción para un concurso-competitivo, en el que cuenta el impacto inmediato y en el que rivalizan obras de construcción similar y en el que triunfan precisamente aquéllas que tienen las condiciones justas de «La, La, La». El error de los sabios detractores «a priori» reposaba en el desconocimiento de la materia y consistía en no juzgar la obra en función del objetivo para el que había sido creada. Era, como siempre, querer enseñar a hacer su trabajo a unos profesionales que conocen su oficio y saben su obligación. Es lo de siempre.



(Articulo recogido por la Delegación Vuelve Conmigo)


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