Tras el éxito del «La, la, la», Alberto Mallofre escribía
esto en la prensa de la época, allá por el 68:
RESPETO AL PROFESIONAL
Todo lo que se ha dicho de «La, la, la» y lo que ha ocurrido
con esta canción desde que se dio a conocer al público español como la obra
elegida por T.V.E. para el Festival de la Eurovisión, ha puesto en evidencia
una peculiaridad típica del carácter hispánico sobre la que tal vez, no se ha
reparado todavía lo bastante, y es la tendencia a disminuir el respeto debido a
los profesionales especializados.
En efecto, a menudo es un arquitecto que ve su iniciativa
coartada por las imposiciones del propietario de las obras, o es el experto en
publicidad que después de todos sus estudios ha de doblegarse ante la exigencia
disparatada del cliente que le ha contratado, o es el médico que ha de escuchar
a su paciente pedirle exactamente el medicamento que le hace falta..; Todo el mundo
pretende saber de cualquier disciplina más que el profesional que vive de ello,
y mucho más cuando el que opina puede expresarse con la autoridad que le da la
fuerza del dinero con la que va a pagar los servicios del profesional en
cuestión.
Pero si este mal endémico viene soportándose con resignación
forzosa en tantos órdenes de la actividad nacional, en cuanto se trata de
canción popular se llegan a unos extremos de exacerbación increíble. A los
autores y a los intérpretes de «La, la, la» (y digo «intérpretes» porque ha
habido más de uno en la fase previa, como es notorio) se les ha estado acosando
desde todos los frentes, tratando de enseñarles los defectos que tenía esta
canción, lo improbable de su éxito, lo que deberían hacer y lo que habrían a
toda costa de evitar. A uno se le dice cómo tiene que ser la letra, al otro se
le dice cómo tiene que escribir la música, y al de más allá cómo debe cantar y
cómo no debe. Y todo esto sin ninguna autoridad, sin ningún conocimiento de la
materia, con el desenfado más increíble, y utilizando argumentos ajenos a la
cuestión, como si no se tuviera exacta conciencia de estar razonando gratuitamente
ante unos profesionales que conocen su oficio.
Al final, tras sustos y controversias, la canción siguió adelante
con un intérprete cazado prácticamente a lazo y se consiguió el triunfo. Y con
este triunfo europeo, la metedura colectiva de «peus a la gallega» de los que
habían vaticinado el ridículo más espantoso, ha tenido proporciones de patinazo
grotesco, hasta el punto que el único ridículo es aquel con el que tales
personajes se han cubierto, ellos mismos.
Y lo curioso es que no dejaban de tener razón. En rigor, y
en términos absolutos, la letra de «La, La, La» es de construcción ramplona,
pese a la pretendida ambición de su tema, y la música es simple, superficial,
efervescente, vacua e insípida. De acuerdo, por supuesto. Pero es que Ramón Arcusa
y Manuel de la Calva no apuntaban al Premio Nobel de literatura, ni la canción
estaba dirigida a un Jurado de Conservatorio. Ellos habían hecho una canción
para un concurso-competitivo, en el que cuenta el impacto inmediato y en el que
rivalizan obras de construcción similar y en el que triunfan precisamente
aquéllas que tienen las condiciones justas de «La, La, La». El error de los
sabios detractores «a priori» reposaba en el desconocimiento de la materia y consistía en
no juzgar la obra en función del objetivo para el que había sido creada. Era,
como siempre, querer enseñar a hacer su trabajo a unos profesionales que
conocen su oficio y saben su obligación. Es lo de siempre.
(Articulo recogido por la Delegación Vuelve Conmigo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario